Maridos adúlteros, hijos que quieren dinero extra, deudas por juego o droga, empleados infieles y hasta ligues que cruzan el charco. En la estela del edil «Bartolín», cada mes dos o tres personas simulan su secuestro .
CRUZ MORCILLO MADRID
«Cariño, me han secuestrado. Estoy desorientado, no sé dónde me encuentro, creo que en un coche». Pedro, nombre supuesto, era también la supuesta víctima. Con voz temblorosa telefoneó a su mujer para justificar su ausencia durante toda la noche y el día siguiente. Había superado su adicción a la cocaína hacía sólo unos meses, pero ese sábado se le había ido la mano y había vuelto a consumir. Sin mejor excusa, se ató a sí mismo con unas bridas, se amordazó tras llamar por teléfono y se encerró en su coche por dentro, al lado de su casa. Cuando los policías municipales llegaron no sabían si quitarle la venda o darle dos bofetadas.
Las mismas que aseguran estallaron en las mejillas del concejal del PP de La Carolina, Bartolomé Rubia, más conocido como «Bartolín», cuando volvió a su pueblo después de asegurar que lo había secuestrado ETA y poner en vilo a media España. Un burdo montaje con ayuda de su teléfono móvil que acabó costándole su expulsión del PP.
Las motivaciones para simular un secuestro son muy variadas, pero el componente económico es habitual. «O piden poco dinero, en relación a las cantidades que suelen exigir los secuestradores auténticos o son cantidades demasiado redondas; en cuanto rascas un poco encuentras la equivalencia con una deuda, un cheque pendiente o similar», explica un agente de la Sección de Secuestros y Extorsiones de la Udev Central.
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